Samantha se despertó a la mañana siguiente con una resolución endurecida anclando su pecho. Juniper llevaba desaparecido más de dos días y, si no se esforzaba más, él se alejaría aún más de su alcance. No le quedaba más remedio que luchar, con más fuerza, inteligencia y crueldad que el día anterior.
Cuando salió al exterior, con el aire todavía espeso por la bruma temprana, se le encogió el corazón. Sólo un puñado de personas permanecía junto al porche, arrastrando los pies con torpeza. Había desaparecido la bulliciosa multitud del primer día; sólo quedaban unas pocas almas decididas, la mayoría de ellas con correas o portadores propios.