Los rumores corrían tranquilamente por el vecindario, mientras Samantha permanecía inmóvil en su porche. «Estaba aquí», susurraba, como si repitiéndolo suficientes veces fuera a revertir lo sucedido. Los vecinos la observaban desde sus entradas, con los ojos muy abiertos de compasión, sin saber qué hacer o decir.
Aquella tarde, reunió la mejor foto de Pablo -en la que aparecía posado junto a las margaritas- e imprimió varias copias. CONEJO PERDIDO. SE OFRECE RECOMPENSA. Caminó de manzana en manzana, clavándolas en postes, en árboles y en escaparates. Sus manos se movían solas, como si estuvieran escritas.