Stephanie insistía en que era el destino, que los sueños que una vez habían garabateado juntas por fin estaban cobrando vida. Clara se permitió creerlo. La vida con Liam había encontrado rápidamente su ritmo desde la proposición. Su pequeño apartamento rebosaba calidez: las mañanas de los domingos las pasaban comiendo tortitas, las noches tranquilas llenas de películas y discusiones burlonas.
Los fines de semana solían visitar a la familia de ella, y Stephanie siempre estaba allí, preparada con nuevas muestras o listas. Al principio, Liam encontró su entusiasmo entrañable. «Tu hermana está muy interesada en esto», le dijo una noche mientras volvíamos a casa. Pero con el tiempo, su diversión se convirtió en inquietud. «Es… intensa», murmuró, con la mano apretada sobre el volante.