Al tercer día, la previsibilidad era enloquecedora. El hombre salía de casa, trabajaba de camarero y volvía a casa. Pasaba las mañanas durmiendo y las tardes trabajando. No había rastro de la chica, ni indicios de dónde podía haber ido, o de si alguna vez había estado allí.
La cuarta noche ocurrió algo extraño. Sebastián dormitaba en su coche cuando un movimiento llamó su atención. Una figura cruzó la carretera en dirección a la casa. Sobresaltado, miró el reloj: las tres de la mañana. Su instinto se disparó y decidió investigar.