Las carpas koi habían sido idea de su mujer. «Algo tranquilo», le había dicho cuando cavaron juntos el estanque por primera vez. Quería color y vida en la ventana de la cocina. Cuando ella murió, él se los quedó. La casa crujía de forma familiar, el estanque brillaba bajo la misma luz. Incluso el viento parecía conocer su lugar.
Aquella mañana empezó como siempre, hasta que Walter notó movimiento más allá de la ventana de la cocina. Al otro lado del campo que lindaba con su propiedad, tres hombres caminaban por la tierra. No parecían granjeros ni topógrafos.