Jamie solía hablar todo el tiempo. Con cualquiera. Sobre cualquier cosa. Era el tipo de niño que narraba sus construcciones de Lego en voz alta, que le preguntaba a la cajera si le gustaban los perros, que levantaba la mano antes incluso de que el profesor terminara de hacer una pregunta. Su madre lo llamaba «correr en modo radio», siempre transmitiendo.
Pero eso era antes. Antes del accidente en la autopista 9. Antes de la carretera mojada por la lluvia, las luces de freno repentinas y el coche dando vueltas como si hubiera olvidado hacia dónde iba. Jamie no recordaba el impacto. Sólo el caos. Los cristales. Los gritos. Y luego el silencio.