Richard no había planeado pedírselo a nadie. Pero Shirley había sido la única persona que lo había tratado como si no fuera invisible, y algo dentro de él, la esperanza, surgió antes de que pudiera evitarlo. Esperó hasta después de química, las manos temblando ligeramente mientras se acercaba a ella. «Shirley… ¿puedo preguntarte algo?»
Ella levantó la vista, cálida y atenta de una forma que le hizo sentir una opresión en el pecho. Pero en el momento en que le pidió que se graduara, su rostro cambió, no de lástima, ni de incomodidad, sólo de sincero pesar. «Oh, Richard… Lo siento mucho. Ya tengo una cita» La sinceridad aterrizó como un moretón. No se estaba burlando de él. No estaba mintiendo. Y de alguna manera eso hizo que le doliera más.
