«Oyó una voz», dijo Cooper, mirando hacia el banquillo. «De otra persona» Su voz llevaba un peso más allá de las palabras. El lenguaje corporal de Cooper era firme y exacto; se limitaba a exponer los hechos tal y como habían surgido.
El bolígrafo de Lowell se detuvo a mitad de la nota, una pausa demasiado breve para que Merritt se diera cuenta. Había esperado una sola voz, la de la acusada. Otra voz complicaba las cosas. Merritt se inclinó hacia delante, como un oyente imparcial.
