Y así fue, hasta que llegaron a la habitación de Lily. En cuanto la vio, Milo se quedó inmóvil en la puerta. Bajó la cola y levantó las orejas. Gimoteó una vez y retrocedió como si no estuviera seguro. El personal rió suavemente, diciendo que estaba nervioso. Pero a Maya le pareció ver algo más parpadear detrás de aquellos ojos: ¿reconocimiento?
Lily tenía diez años. Los médicos decían que su recuperación tras un trasplante de corazón iba bien, pero emocionalmente se había apagado. Apenas hablaba, se llevaba las manos al pecho y se despertaba llorando la mayoría de las noches. Sus padres intentaron contarle cuentos, ponerle música y rezarle, pero no consiguieron nada.
