Un perro de un refugio no dejaba de mirar a una niña que lloraba en el hospital, y una enfermera fue testigo de un milagro

Esa noche, Maya soñó con dos latidos que se superponían: uno que se apagaba, otro que empezaba, ambos intentando encontrar el mismo ritmo. Se despertó antes del amanecer, con el pulso acelerado, incapaz de deshacerse de la sensación de que el sueño no se refería sólo a la niña, sino también al perro.

A la mañana siguiente, volvió a revisar el expediente de Milo, buscando algo que se le hubiera pasado por alto. La fecha de admisión figuraba al principio de la página: dos días antes de la operación de Lily. Maya frunció el ceño. «Qué raro», murmuró, trazando la línea con el dedo.