Esa misma noche, la casa volvía a estar en silencio. Maya estaba sentada en el sofá, con el té enfriándose a su lado y el cuerpo cargado por el peso del día. Pero por dentro se sentía tranquila. Contenta. Había ayudado a alguien cuando era importante y, a pesar de lo cansada que estaba, se sentía profundamente bien.
Unos días más tarde, sonó el timbre. Maya abrió y se encontró con Ester y Juno en el porche. Ester llevaba una cajita de tarta en una mano y un ramo de girasoles en la otra. «Sólo queríamos daros las gracias», dijo en voz baja. «Por no dejarnos solas»