La lluvia se había intensificado hasta convertirse en un aguacero frío y punzante. La tormenta aullaba entre los árboles con un sonido parecido al de la madera al partirse. Maya rodeó con un brazo los hombros de la mujer y empezó a guiarla de vuelta a la calle, con Juno trotando detrás, empapado y en silencio, pero alerta.
Cuando llegaron a la casa, las tres estaban empapadas. El agua se acumuló a sus pies cuando entraron. Maya cerró la puerta rápidamente, impidiendo que entrara el viento. El rumor de la tormenta parecía más fuerte ahora que estaban a salvo.