El conejo aterrizó cerca del hocico del perro. La respuesta fue instantánea. El perro se abalanzó, se llevó el juguete a la boca y empezó a desgarrarlo con violencia. El algodón saltó por los aires. Sacudió el conejo con fuerza, moviendo la cabeza de un lado a otro como un látigo.
Maya no perdió ni un segundo. Se arrodilló y deslizó el rastrillo bajo la correa del arnés enganchada en el poste de la valla. Con un movimiento firme, levantó, giró y sintió que el lazo se soltaba. Se soltó. No esperó a ver el resultado, se dio la vuelta y retrocedió rápidamente.