Se paseó lentamente por el salón, escudriñando cada rincón, buscando algo -cualquier cosa- que pudiera calmar un poco al perro. Entonces sus ojos se posaron en la vieja vitrina. Dentro, detrás de una hilera de baratijas, había un conejo de peluche descolorido. Un juguete de la infancia que no se había tocado en años.
Pertenecía a su nieta, que solía llevarlo a todas partes: a los paseos, durante las siestas, siempre metido en el brazo. Maya se acercó al armario con un nuevo propósito, lo abrió y levantó con cuidado el peluche de su lugar de descanso. La tela era suave, desgastada y familiar en sus manos.