«Tratas a esas cosas como a recién nacidos», dijo Ethan, con voz seca pero no cruel. Liam levantó la vista y sonrió débilmente. «Son más valiosos que yo. Si los pierdo, será mejor que empiece de cero» «Entonces, no los pierdas», replicó Ethan con sencillez, volviendo la vista hacia el horizonte. Durante un rato, el único sonido fue el suave aleteo de la lona y el golpeteo de las olas contra el casco.
Al final, Liam se sentó con las piernas cruzadas, el cuaderno apoyado en la rodilla, garabateando ideas sobre la decoloración de los corales y las migraciones de los peces. Ethan le dejó tranquilo. El joven tenía la cabeza llena de números y datos, mientras que Ethan sólo tenía el mar y sus estados de ánimo para medir.