El océano estaba en calma aquella mañana, la luz del sol se extendía por el agua en amplias franjas doradas. El Estela de Aurora avanzaba a paso tranquilo, con las velas recogiendo el viento justo para que el viaje fuera tranquilo. Ethan Calder estaba apoyado en el timón, con una postura firme y el rostro marcado por los años de navegación.
Al otro lado de la cubierta, Liam Ross estaba agachado sobre una hilera de cajas estancas, comprobando cuidadosamente los precintos. Dentro había miles de dólares en instrumentos: sensores, cámaras, herramientas especializadas para estudiar los arrecifes y las corrientes. Para él, no eran sólo equipos; eran meses de subvención, todo su proyecto descansaba en esas cajas.