Pensaba que estaba solo en el hielo hasta que apareció una morsa gigante

Caleb Morgan sorbía café tibio mientras miraba por la ventana de la cabaña. La mañana ártica era tranquila, el tipo de quietud que sólo se consigue con nieve espesa y aire helado. Su aliento empañó el cristal mientras se inclinaba, buscando movimiento en el horizonte. No había nada.

Llevaba casi un año viviendo aquí. Como biólogo marino, estudiaba cómo el deshielo afectaba a las poblaciones de focas y morsas. La mayoría de los días eran iguales: comprobar los instrumentos, anotar las temperaturas, rastrear la vida salvaje si pasaba alguien. No era algo glamuroso, pero le daba tiempo para pensar.