Calder se abalanzó sobre el maletín, con la voz entrecortada mientras ladraba: «¡Tenemos que destruirlo, ahora!» La desesperación de su tono rompió la última ilusión. Evan se dio cuenta de la aterradora verdad: los hombres de fuera no le estaban persiguiendo a él. Estaban cazando a Calder. Y Evan acababa de ayudar al hombre equivocado a desvelar los preciados secretos de su padre.
Evan retrocedió alejándose del maletín, con el pulso atronador. Calder avanzó lentamente, con las palmas levantadas como si estuviera calmando a un animal asustado. «Escúchame», susurró. «Si consiguen esto, tú mueres. Yo muero. Todos los relacionados mueren» Pero sus ojos le traicionaron. Parecía demasiado frenético, hambriento y concentrado en los documentos detrás de Evan.
