El maletín estaba etiquetado con una letra que le resultaba extraordinariamente familiar: letras firmes, deliberadas y en bucle que Evan conocía, aunque no podía identificarlas de inmediato. Calder permaneció detrás de él, silencioso y tenso. Evan pasó los dedos por encima de la escritura, reconociendo una curva, una inclinación, una presión que no había visto desde que era niño. La familiaridad le inquietó profundamente.
«Ábrelo», dijo Calder bruscamente. Evan vaciló. Algo iba mal. Aquel espacio de almacenamiento parecía no haber sido tocado en años, pertenecer a alguien meticuloso, cuidadoso, alguien a quien conoció una vez. Evan se arrodilló y levantó la tapa. Dentro había papeles, cuadernos y sobres, ordenados con esmero.
