Sus voces murmuradas se colaban por la puerta: tranquilas, controladas e innegablemente profesionales. No eran delincuentes de poca monta, sino que parecían entrenados. La respiración de Evan se agitó en su pecho cuando Calder dijo: «¿Ves?» ¿Pero ver qué? ¿Que le estaban dando caza? ¿O que las frenéticas advertencias de Calder no eran los delirios que Evan había temido?
Uno de los hombres susurró: «Todavía no. Espera a que se vaya. Es más fácil cogerle» A Evan se le hizo un nudo en el estómago. ¿Llevárselo? ¿Por qué lo querían? La idea de que estuvieran esperando su salida le golpeó más fuerte que cualquier amenaza. Alguien conocía íntimamente sus rutinas.
