El coche parecía normal y corriente, otra reliquia de los años ochenta a punto de ser retirada. Pero algo en su interior, algo oculto durante cuarenta años, cambiaría su vida. Aún no sabía, mientras caminaba por la subasta, que el pasado estaba silenciosamente aparcado ante ella.
Más tarde, cuando los mecánicos empezaran a arrancar paneles y revisar bajo los asientos, tropezarían con el objeto. Parecía inocente, pero susurraba extraños secretos. Aquel descubrimiento la arrastraría, sin quererlo, a desentrañar un misterio que todos los demás habían olvidado.
Su intención nunca había sido perseguir fantasmas. Sólo quería un coche que pudiera permitirse. Pero el Mercedes-Benz 190E de 1983 llevaba algo más que óxido y polvo en su chasis. Llevaba el rastro tenue e inquebrantable de alguien que había desaparecido sin despedirse en 1985