A través de la puerta, Helen observó a Rachel leyendo su viejo cuaderno. Su voz recorría la habitación como una marea que regresa. Entre los dos había un viejo lápiz y una página abierta. El hermano y la hermana estaban terminando una historia, la última falla entre ellos finalmente cerrándose.
Fuera, el crepúsculo se asentaba sobre la ciudad como lava enfriada. Helen permaneció un momento bajo el toldo del hospital, el mundo en calma tras meses de temblores, alarmas y titulares. Algunos despertares, pensó, devuelven algo más que la memoria; desentierran verdades inconclusas y las devuelven a las personas que nunca dejaron de escuchar.
