La niñera no sabía que la estaban grabando: la dueña no podía creer lo que vio

Cuando Clara conoció a Rosa, no sabía qué esperar. La mujer que estaba en la puerta de su casa llevaba el pelo castaño recogido en un moño bajo, una bolsa de tela colgada del hombro y un aire de calma tan arraigado que parecía fuera de lugar en su ajetreado hogar.

«Trato cada casa como si fuera la mía», había dicho Rosa en voz baja, con una pequeña sonrisa en los labios. Y desde el principio cumplió su promesa. No sólo era eficiente, sino intuitiva. Los suelos brillaban, la colada se doblaba sola, los juguetes aparecían ordenados por colores.