Entonces llegó Leo, su hijo, nacido durante una tormenta de diciembre. Su llegada trajo el caos, la alegría y una breve y hermosa quietud. Pero volvió la vida real: clientes, proyectos, presión. Ninguno de los dos quería renunciar a la vida por la que habían trabajado, pero no podían hacerlo todo solos. Fue entonces cuando Rosa entró en sus vidas.
Cálida, fiable y casi demasiado perfecta, llegó justo cuando más la necesitaban. Y, durante un tiempo, todo pareció funcionar. El colega de Marc, alguien en quien ambos confiaban, se la había recomendado encarecidamente. «Es un unicornio», había dicho la mujer. «Callada, respetuosa, nunca llega tarde. No te das cuenta de que está ahí hasta que todo está hecho por arte de magia»