Crié a mis nietos mientras sus padres trabajaban, pero un día desaparecieron sin decir palabra

El resto de la mañana transcurrió con la misma tranquilidad: dejar a los niños en el colegio, la colada en la lavadora, el lento confort de la radio zumbando por toda la casa. Algunos días se preguntaba cómo había tenido tanta suerte de que las risas de sus nietos llenaran su casa cuatro días a la semana. Le daba sentido. Le daba paz.

Y aunque Lisa le decía a menudo: «Mamá, no tienes por qué hacer todo esto», Helen nunca creyó que fuera una carga. Era lo que sabía hacer, lo que se le daba bien. Mantener las cosas estables. Pero Lisa no era estable. Tenía una forma de hacer que la vida pareciera un torbellino de pensamientos a medio terminar y disculpas tardías.