Se sentó pesadamente, con el folleto temblándole en las manos. Quizá no fuera nada, se dijo. Quizá lo habían cogido por casualidad. Pero la idea no la abandonaba. El silencio, los mensajes sin leer, las tortitas sin tocar, y ahora esto. «¿Qué estás planeando, Lisa?», susurró. El frigorífico zumbaba silenciosamente detrás de ella.
Aquella noche, Helen apenas durmió. Dejó el folleto en la mesilla de noche, con su alegre letra provocándola cada vez que se daba la vuelta. Cada pocos minutos, lo giraba entre sus manos, esperando encontrar una dirección, una nota, cualquier cosa que explicara lo que estaba ocurriendo. No había nada. Sólo un sonriente agente inmobiliario que prometía «un nuevo comienzo»
