Nada serio. Sólo el tipo de visita a la que siempre había ido acompañada. Lisa se había ofrecido inmediatamente. «Yo te llevo, mamá. No te preocupes por nada» Helen había sonreído. Se sentía bien que la cuidaran por una vez, que su hija se interesara por ella. La mañana amaneció clara y tranquila. Helen esperaba en la mesa de la cocina, con el abrigo bien doblado y el bolso en el regazo.
Pasaron las ocho y media. Luego las nueve. Se sirvió una taza de té para pasar el tiempo. A las nueve y cuarenta y cinco, sonó su teléfono. Lo siento, mamá. Ha surgido algo. ¿Puedes irte sin mí? Eso fue todo. Ninguna llamada, ninguna pregunta sobre cómo se sentía. Helen se quedó mirando el mensaje, con el pulgar sobre el teclado.
