Un pescador encuentra una cadena gigante oxidada: los lugareños le advierten que no la toque

Volvió a agarrar la cadena, tiró con más fuerza esta vez y se deslizó unos metros más. El sonido que hizo fue agudo y vivo, como algo que se despierta. Fue entonces cuando empezaron los gritos. Al principio, sólo débiles ecos arrastrados por el viento y luego voces más claras y urgentes.

Elías se volvió y vio a tres hombres que bajaban hacia él por la ladera, con los rostros pálidos y desencajados, agitando los brazos. «¡Déjalo!», gritó uno. «¡Por el amor de Dios, no toques eso!» Los hombres lo alcanzaron rápidamente, sin aliento y furiosos en la luz mortecina.