Un pescador encuentra una cadena gigante oxidada: los lugareños le advierten que no la toque

Cuando llegaron a la orilla, la luz se había vuelto suave y dorada. Los aldeanos esperaban, atraídos por el sonido del motor y la visión de tres figuras desplomadas en la barca. Elias y Edwin arrastraron al anciano hasta el muelle, donde la enfermera se apresuró a traer mantas y agua. La multitud se quedó atrás, en silencio.

«Está débil», dijo la enfermera tras tomarle el pulso, «pero se recuperará lo suficiente como para volver a quejarse pronto» El alivio se extendió silenciosamente por el muelle. Edwin dejó escapar un suspiro tembloroso, Elías se frotó la cara y los pescadores cercanos empezaron a recoger sus redes como si el día hubiera vuelto por fin a la normalidad.