Elías pasó un brazo por debajo del anciano y lo levantó con fuerza, haciendo chirriar los músculos. El hombre se desplomó, tosiendo, pero vivo. Elías se levantó después y se desplomó a su lado, con el pecho agitado. El aire era cortante y frío.
Edwin se aferró a la barandilla, temblando incontrolablemente. Durante un largo rato no hubo palabras, sólo el sonido del mar, de nuevo en calma, como si no hubiera estado a punto de reclamarlos. Elías cerró los ojos y dejó que el mundo se estabilizara a su alrededor. Lo habían conseguido, pero por los pelos.
