Un pescador encuentra una cadena gigante oxidada: los lugareños le advierten que no la toque

Miró hacia arriba y sólo veía oscuridad. El anciano empezó a flaquear, sus movimientos se ralentizaron y su mano se soltó de la cadena. Se le escapaban burbujas de los labios mientras el pánico parpadeaba en sus ojos. Elías volvió a meterle el regulador en la boca, indicándole que respirara.

El indicador parpadeó en rojo. Los pulmones de Elías parecían de fuego. Cada segundo se hacía imposiblemente largo. Intentó ignorar el nudo en la garganta, el dolor hueco en el pecho, el pánico creciente que le subía por la columna vertebral.