Un pescador encuentra una cadena gigante oxidada: los lugareños le advierten que no la toque

Elías maldijo y las burbujas brotaron de su boquilla. Se quedó mirando la oscuridad, con todos sus instintos gritándole que se quedara fuera. Pero la imagen del padre de Edwin, el que nunca volvería, centelleó en su mente. Y entonces dio una patada hacia delante. La cueva se lo tragó entero.

El túnel se estrechó a su alrededor hasta que la roca se acercó lo suficiente como para rozar sus tanques. La respiración de Elías retumbaba en sus oídos. Cada patada agitaba nubes de cieno que se arremolinaban y colgaban en el haz de su linterna como si fueran humo.