Dirigió su linterna hacia abajo. El haz desapareció antes de llegar al fondo. Su medidor marcaba treinta metros, luego noventa, y seguía sin haber nada más que oscuridad. Edwin flotaba a su lado, con la respiración tranquila y los ojos fijos en la cadena.
Elías hizo un gesto para que dieran la vuelta, pero Edwin señaló hacia el abismo. La cadena no sólo cayó, sino que se curvó ligeramente hacia una abertura oscura tallada en la pared rocosa. Una cueva. A Elías se le retorcieron las tripas.
