Los ojos de una joven se abrieron de par en par, horrorizada, al reconocer su cartera entre los objetos esparcidos. Se llevó la mano a la boca y se le escapó un grito ahogado. Miró frenéticamente entre las azafatas y el hombre de la sudadera con capucha, que permanecía de pie con la cabeza inclinada y las mejillas sonrojadas por la vergüenza.
La escena había pasado de ser un vuelo normal a una confrontación dramática, dejando a todo el mundo en un silencio atónito. El ambiente empezó a cambiar a medida que los pasajeros reclamaban sus pertenencias. El alivio se extendió por la cabina, aunque el espacio seguía lleno de susurros y murmullos de incredulidad.