La difícil situación de Joe contrastaba con la bulliciosa e indiferente energía de la ciudad que le rodeaba. Habían pasado horas desde que Joe se desplomó por primera vez y el sol de la tarde comenzaba a descender, proyectando un tono cálido y dorado sobre la calle. La acera, antaño bulliciosa, se había ido reduciendo gradualmente a medida que la gente se retiraba a sus rutinas nocturnas.
La apresurada energía del día había disminuido, dejando a Joe casi solo, su figura como una marca solitaria en la ahora tranquila escena. Fue durante esta tranquila transición cuando Sophia Miller apareció en escena. Sophia, voluntaria a tiempo parcial de una organización benéfica local, acababa de terminar su turno en el refugio y había decidido tomar otra ruta para volver a casa.