Al entrar en la preadolescencia, el tono de él con ella se volvió más quebradizo. Donde antes la corregía con suavidad, ahora le gritaba. Si antes se entretenía respondiendo a sus interminables preguntas, ahora se volvía brusco, haciéndole señas para que se alejara. No era un rechazo rotundo, todavía no, pero parecía como si estuviera poniendo distancia entre ellos con cada estación que pasaba.
Miriam aprendió a acercarse a él con cautela, eligiendo sus palabras con cuidado, como si pisara un suelo con tablones débiles ocultos. Lo que más inquietaba a Miriam era lo diferente que su padre trataba a Daniel y a Elise.