Miriam se quedó sin aliento. El nombre le resultaba desconocido, extraño en la historia de su familia. Lo susurró en voz alta y el sonido pareció retumbar en las paredes, perturbando el silencio. No recordaba haberlo oído nunca en su casa, ni una sola vez. Sin embargo, allí estaba, garabateado con la finalidad de algo que siempre había estado allí, esperando.
Sus dedos se cernieron sobre el cordel, pero se retiró. En su lugar, apretó la mano contra el frío cuero del baúl. Se sentía sólido, casi vivo con el residuo de los años. Sabía, con una certeza que la hizo estremecerse, que todas las respuestas que su padre le había ocultado, la razón de su distanciamiento, el silencio que había moldeado su infancia, estaban encerradas aquí.
