La mujer desaparece horas después de dar a luz: el instinto del marido le dice que revise su armario

El aire de la madrugada era húmedo, la calle aún estaba medio dormida cuando Ethan guió a Lina al interior del coche. Su mano se aferró a la de él, con los nudillos blancos de dolor. Habían ensayado este viaje durante semanas, pero ahora el mundo se había reducido a la respiración, las contracciones y el borrón de las luces del hospital.

En la sala de partos, las enfermeras se movían como sombras concentradas. Gotas de sudor recorrían las sienes de Lina mientras se resistía a cada oleada de dolor. Ethan permaneció a su lado, murmurando consuelo, contando sus respiraciones. El pitido del monitor seguía su ritmo fatigoso. Las horas se convirtieron en momentos, hasta que un grito agudo rompió el aire espeso.