El cabecilla, comprendió, era Connor, que se pavoneaba con calculada arrogancia. Siempre era el primero en burlarse. A su compinche, Malik, le encantaba seguir al líder. Juntos, con los demás, tocaban fuerte, bruscamente, y provocaban desastres a la gente y a las cosas que les rodeaban.
A veces, se pasaban un poco. Arrancaban estacas de jardín y filmaban bromas baratas para reírse por Internet. Pensaban que la juventud les daba inmunidad, que el mundo les debía reír a costa de los demás. No entendían del todo, ni les importaba, el concepto de karma.