«¡Suéltala!» Gritó Alden, tirando del fajo hacia sí. Forcejearon y el papel se arrugó entre los dos. El peso de Rowan chocó contra una estantería. El metal oxidado gimió y se inclinó, haciendo caer los libros de contabilidad. Un pesado volumen golpeó la pierna de Alden. Alden gritó y se desplomó, y la palanca se le cayó de las manos.
Las estanterías se llenaron de polvo. Alden yacía inmovilizado por el tobillo, maldiciendo, con los dedos arañando las páginas dispersas. Rowan, tembloroso, cogió la carpeta con la letra de su padre y el medallón y se los metió en la chaqueta. «No puedes dejarme aquí», gritó Alden Gritó Alden. «No tienes ni idea de lo que estás haciendo»
