«No se unen así sin una razón» Raymond miró entre ellos: el enorme y maltrecho cerdo tumbado tranquilamente sobre una almohadilla caliente y la criatura medio congelada apretada contra su flanco. Y supo lo que tenía que hacer.
Raymond se sentó en un rincón de la sala de exploración, sin chaqueta, con la columna vertebral rígida, observando el trabajo del veterinario. Por fin se le había calmado la respiración, pero la adrenalina no le había abandonado del todo. Le zumbaba en el pecho, detrás de las costillas, y se negaba a calmarse.