Pero en el fondo, tenía la inquietante sensación de que algo iba muy mal. María trató de quitárselo de encima, terminó sus rondas y se fue a casa mucho después de la puesta de sol. Se durmió con la extraña y persistente imagen de Lila mirando fijamente a la esquina.
No tuvo mucho tiempo para descansar. El teléfono de María empezó a vibrar a las 5:14 a.m. Lo cogió a tientas, con el corazón acelerado. «¿María?» Era Jared, el agente de seguridad nocturno. Le temblaba la voz. «Tienes que venir. Tienes que venir ya. Los elefantes están… no sé de qué otra forma decirlo… se están volviendo locos»
