Se dispersaron rápidamente, buscando entre las hileras, con los ojos levantados hacia las ramas nudosas. Samantha pasó entre los árboles esqueléticos, con la respiración agitada y entrecortada. Tenía que encontrarlo. Estaba cerca, podía sentirlo en los huesos, zumbando como una corriente eléctrica bajo su piel.
Y entonces lo vio. Se le cortó la respiración. Encaramado en el techo hundido y musgoso del cobertizo abandonado del huerto había un enorme nido de águila, grueso, desparramado, construido con gruesas ramas y paja. Se erguía como un extraño ser vivo, perfectamente situado sobre el huerto.