Pero entonces Alex se arrodilló frente a ella, con las manos firmes sobre sus hombros. «Sam», le dijo en voz baja pero con urgencia, «no puedes rendirte ahora. Él es tu familia. Has llegado hasta aquí. No puedes parar hasta que sepas que lo has hecho todo. Todo» Sus palabras chasquearon como un látigo.
Ella le miró, respirando con dificultad, con el corazón martilleándole. El mundo no dejaba de dolerle, pero sus palabras cortaron el pánico lo suficiente. Se secó la cara con manos temblorosas, respiró entrecortadamente y se obligó a ponerse en pie. No podía ahogarse. No podía ahogarse.