Un águila arrebata un gato del patio – ¡Lo que descubren los vecinos te dejará boquiabierto!

Samantha sintió tanto alivio que casi se cayó al suelo. No era Juniper. No era él. Pero la adrenalina que la había mantenido erguida desapareció de repente de sus miembros, dejándola temblorosa y vacía. Tropezó con una roca cercana y se desplomó sobre ella, enterrando la cara entre las manos.

Las lágrimas brotaban ahora, imparables, crudas. Permaneció sentada, empapada en vaho, con el cuerpo temblando no de frío, sino de agotamiento y dolor. Las imágenes desgarraban su mente: Nueva York, su matrimonio destrozado, la vida que creía haber reconstruido… y ahora Juniper, su última ancla, también se le escapaba de las manos.