Emily sonrió, pero un leve malestar persistía. Volvió a mirar al bebé, recorrió su diminuta nariz, su delicada boca. Nada parecía fuera de lugar. Pero cuando volvió a levantar la vista, James seguía observándola con la misma expresión vacía. Algo en su rostro la hizo estremecerse. Las primeras horas después del nacimiento transcurrieron entre luces y cansancio.
Emily entraba y salía del sueño, con el cuerpo dolorido y el corazón henchido. Cada sonido, el susurro de la manta, el silencioso zumbido de las máquinas. Todo parecía sagrado. James estaba callado, pero ella se decía que eran los nervios. Se quedó cerca de la cuna, observando a la niña como si tuviera miedo de tocarla. Cuando Emily le preguntó si quería volver a coger a su hija en brazos, él vaciló y luego dijo en voz baja: «Dentro de un rato»
