Su rostro era ilegible, pero cuando se dio cuenta de que ella lo observaba, apagó la luz y se marchó sin decir palabra. Aquel silencio le dolió más que cualquier cosa que hubiera podido decirle. Aun así, trató de mantener la esperanza. Siguió todos los tratamientos y todas las sugerencias de los médicos. Rezó hasta que se sintió como si suplicara a una pared.
Y entonces, una mañana, apareció la línea. Débil, pero allí. Estaba en el cuarto de baño con la prueba en la mano y le temblaban tanto las manos que casi se le cae. Durante un minuto no pudo respirar. Luego se echó a reír, con un sonido agudo y aturdido que la sobresaltó.
