Sin embargo, Emily no podía evitar la sensación de que todo en su casa había cambiado sutilmente, como si el aire hubiera cambiado, como si el amor hubiera sido sustituido por algo más frío, más silencioso, más difícil de ver. En los días siguientes, James se volvió más callado. No el tipo de silencio que proviene del agotamiento, sino algo más pesado.
Se movía por la casa como un invitado, respondiendo a las preguntas de Emily con asentimientos poco entusiastas, con la atención en otra parte. La mayoría de las noches se sentaba a la mesa, sin mirar nada, sin tocar la comida. Cuando Emily le preguntaba si se encontraba bien, él respondía que sólo estaba cansado. Cuando mencionó al bebé, sus hombros se tensaron casi imperceptiblemente.
