Sin previo aviso, un chillido agudo rompió la calma. Samantha se incorporó de golpe, con el café cayéndole por la muñeca y el corazón saltándole a la garganta. Las ventanas de toda la manzana se abrieron de golpe. Los vecinos se asomaron, escudriñando el cielo, intentando averiguar qué había roto la tranquilidad de la mañana.
Por encima de los tejados, un águila volaba en círculos amplios y poderosos, y sus alas proyectaban largas sombras sobre los patios. Luego, con un rápido movimiento, se lanzó en picado. Samantha apenas apartó la silla antes de verlo: Pablo se elevó del suelo, un destello blanco que se elevaba rápidamente hacia el cielo.