Aun así, no se atrevía a detenerse. Tal vez el águila lo soltó. Quizá se había escapado. Tal vez estaba escondido en algún lugar, asustado y frío. Era poco probable, ella lo sabía. Pero cada vez que cerraba los ojos, se imaginaba a Pablo ahí fuera, vivo, esperando a que ella lo encontrara.
En medio de la avalancha de condolencias en Facebook, algunos buenos samaritanos comentaron algo más: ofertas de ayuda. Extraños. Uno dijo que tenía un dron. Otro ofreció botas y una linterna. Samantha respondió con dedos temblorosos, dándoles la dirección de la cafetería local como punto de encuentro.